La tachadura
El pacto había quedado sellado. Los hombres se juraron no dirigirse más la palabra. Se sentaban en el acostumbrado banco de parque y se miraban, ya sin odio, sus inmóviles posturas y rigideces. Había transcurrido tanto tiempo desde que la traición fue cometida, que nadie era culpable ya, ni memoria alguna registraba con claridad lo sucedido. Sólo existía esta hora de todas las tardes en que ninguno era alguien para el otro
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