Dice un refrán que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda. Se aplica a una cantidad de hombres y mujeres vestidos de etiqueta, con sacos y corbatas que los hacen un primor, y ellas glamorosas como chicas de pasarela en sus trajes y accesorios al último grito. Sus orígenes no humildes, sino vulgares y rastreros, salen a relucir cuando hablan, o se advierten en sus movimientos groseros, sus ademanes toscos
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